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En busca de aceptación para sus ‘princesas’ con necesidades especiales

Ingrid Batista recogió a su hija de 4 años, Alexia. “Hola, mi reina”, le dijo mientras la cubría de besos. La niña se deslizó de los brazos de su madre y su atención quedó dividida entre un programa televisivo de Disney y una canasta azul que se puso en la cabeza como una corona. Su hermana gemela, Elexia, la veía jugar desde una silla púrpura.

Ambas hermanas tienen síndrome de Down y están en el espectro autista; no pueden hablar ni escuchar, pero Batista les habla constantemente.

“Puede que no entiendan las palabras que les digo”, dijo una tarde hace poco. “Pero creo que todavía pueden sentir lo que digo”.

Batista, una madre soltera de 31 años, se enfrenta a numerosos desafíos al criar a sus gemelas. Tiene poco dinero y la comida de sus hijas se limita a los alimentos blandos debido a sus problemas de digestión. Ellas se enferman con frecuencia.

Batista no puede dejar de preguntarse cómo sería la vida de sus gemelas si nunca se hubiese ido de Pantoja, su pequeña y pobre ciudad natal en República Dominicana. “En mi país”, dijo, “se burlan de estos niños”. Explicó que con frecuencia se refieren a los jóvenes con alguna discapacidad con apodos peyorativos.

Batista estudia inglés y literatura en el ASA College en Manhattan y quiere trabajar algún día como masajista, para tener horarios flexibles. Ella recibe 1322 dólares al mes como parte del programa de Seguridad de Ingreso Suplementario para las gemelas, así como cupones de descuento para la compra de alimentos y es beneficiaria del programa de nutrición suplementaria para mujeres y niños llamado WIC. En octubre, los Servicios Comunitarios de Caridades Católicas destinó 360 dólares del fondo para ayudar a Batista con el pago de servicios para su hogar y con la compra de pañales y ropa para sus hijas.

Batista cuenta que, alguna vez, Elexia se maravillaba al ver su propio reflejo. Pero desde que se le comenzó a caer el cabello hace un año, un síntoma de alopecia, la niña evita mirarse en el espejo pequeño que cuelga de la puerta de la entrada. Batista ha mantenido el espejo allí, con la esperanza de que vuelva a captar la atención de Elexia.

A menudo, Batista viste a sus hijas con trajes combinados. Y cuando Elexia tiene suficiente pelo, le coloca un lazo.

“Solo quiero que el mundo las vea como las princesas que son”, dijo. “Porque son mis princesas”.

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