El enigma de la salud felina: por qué la ciencia aún sabe tan poco sobre los gatos

Cuando Olive, una pequeña gata carey de pelo largo, fue llevada al veterinario a principios del año pasado, sus dueños esperaban recibir buenas noticias. Aunque siempre había sido una gatita tímida y reservada, notaron que estaba más apagada de lo habitual y decidieron llevarla a revisión para descartar cualquier problema de salud.
El veterinario detectó de inmediato que algo no andaba bien: sus encías estaban pálidas y su corazón latía acelerado. Un análisis de sangre confirmó lo peor: Olive sufría una anemia severa, con un nivel de células sanguíneas tan bajo que, según el especialista, era “incompatible con la vida”. A partir de ese momento, la familia se enfrentó a un largo y difícil proceso de cuidados intensivos, más de una docena de transfusiones de sangre y un sinfín de interrogantes sin respuesta.
A pesar de los enormes avances en la medicina veterinaria en las últimas décadas, el conocimiento sobre los gatos sigue estando muy por detrás del que se tiene sobre los perros. Durante mucho tiempo, los veterinarios han tratado a los felinos como si fueran simplemente "perros pequeños", utilizando pruebas y tratamientos desarrollados para canes con la esperanza de que funcionen en gatos. Sin embargo, cada vez es más evidente que lo que resulta efectivo para un perro puede ser ineficaz o incluso peligroso para un gato.
Karen Perry, cirujana ortopédica veterinaria en la Universidad Estatal de Míchigan, explica que, incluso en la formación de los veterinarios, la enseñanza se ha centrado más en los perros. “Mi libro de anatomía era La anatomía del perro”, comenta Maggie Placer, de la EveryCat Health Foundation. “Para los gatos, solo teníamos presentaciones de PowerPoint y suplementos.”
Un sistema de salud veterinaria que no está diseñado para gatos
El problema va más allá de la formación. Según estudios, los dueños de perros llevan a sus mascotas al veterinario con mayor frecuencia que los dueños de gatos, lo que ha provocado que la industria y la investigación se enfoquen más en los canes. Además, los gatos han sido históricamente menos valorados como animales de trabajo y más bien percibidos como independientes, lo que podría haber contribuido al menor interés en estudiar sus enfermedades.
Pero hay otro factor que complica aún más la situación: los gatos tienen una habilidad única para ocultar sus síntomas. Mientras que un perro con artritis puede desarrollar una evidente cojera durante sus paseos diarios, un gato con el mismo problema puede simplemente dejar de saltar al sofá o volverse más arisco al ser acariciado.
Esto dificulta que los dueños detecten enfermedades a tiempo y que los veterinarios desarrollen diagnósticos tempranos.
“Como los gatos duermen tantas horas al día y sus dueños solo los ven durante un pequeño porcentaje de ese tiempo, es mucho más fácil que no noten cambios sutiles en su comportamiento”, explica Perry.
Un intento desesperado por salvar a Olive
En el caso de Olive, los veterinarios finalmente concluyeron que su sistema inmunológico estaba destruyendo sus propios glóbulos rojos, pero no pudieron determinar la causa ni encontrar un tratamiento efectivo. Como último recurso, un especialista sugirió extirparle el bazo, bajo la hipótesis de que allí se estaba produciendo la destrucción de sus células sanguíneas.
Sin embargo, este procedimiento no estaba respaldado por suficiente evidencia en gatos. Cuando sus dueños buscaron una segunda opinión, otro veterinario les confirmó que la esplenectomía es un tratamiento establecido en humanos con condiciones similares, pero que en gatos simplemente no había datos suficientes para saber si funcionaría.
“La falta de información en medicina veterinaria, especialmente en gatos, es un problema serio”, señala Bruce Kornreich, director del Centro de Salud Felina de la Universidad Cornell. “No podemos asumir que lo que funciona en perros funcionará en gatos. Todavía nos queda mucho por aprender.”
Olive nunca llegó a someterse a la cirugía. Murió pocos meses después de su diagnóstico, sin que sus dueños recibieran respuestas claras sobre su enfermedad.
Un futuro esperanzador para la salud felina
A pesar de estas limitaciones, la situación está empezando a cambiar. Algunas universidades han comenzado a invertir más recursos en la investigación felina, y los veterinarios están desarrollando prácticas diseñadas específicamente para reducir el estrés en los gatos y mejorar su atención médica.
Uno de los proyectos más prometedores es Darwin’s Cats, liderado por la genetista Elinor Karlsson, quien ha trabajado en estudios sobre el genoma canino pero siempre ha sido amante de los gatos. Este proyecto busca comprender mejor las bases genéticas de la salud y el comportamiento felino.
Recientemente, Karlsson y su equipo descubrieron que podían extraer ADN de los gatos simplemente usando hebras de su pelaje, lo que facilita la recopilación de información genética sin causar estrés a los animales. Estos avances podrían ayudar a desentrañar los misterios médicos de los felinos y desarrollar tratamientos más efectivos en el futuro.
Olive ya no está, pero sus dueños decidieron inscribir a su hermana de camada, Juniper, en el estudio Darwin’s Cats, con la esperanza de que su historia pueda contribuir a que otros gatos reciban mejores cuidados. También conservaron un pequeño frasco con pelo de Olive, que en un principio guardaron como recuerdo, pero que terminaron enviando a los investigadores.
Tal vez nunca sepan exactamente qué fue lo que enfermó a Olive, pero con suerte, su legado servirá para que, en el futuro, más gatos reciban la atención médica que merecen.